Una pregunta inocente que revuelve la mente de los que, por diversos motivos, residimos fuera de nuestro país. Cada vez que me enfrento a esa pregunta me pasa lo mismo. Primero vienen las ganas de decir con orgullo y convicción que sí, que por supuesto, pero la interrogante no tiene una respuesta única y mucho menos sencilla.
Es increíble como una simple pregunta remueve tantas fibras dentro de mí. Por el lado afectivo llegan los recuerdos familiares, llenos de personas por las que daría todo en la vida, los momentos felices en un país de una complejidad que sorprendería al más ambicioso de los estudiosos, la memoria de nuestros sabores tan peculiares, nuestra forma de hablar, palabrear e innúmeros recuerdos que me llevan al territorio de la nostalgia en el que inevitablemente siempre estoy perdido.
Si nos vamos hacia el lado racional las cosas tampoco son sencillas. Nací en un país pluricultural, mega diverso, extraordinariamente generoso en recursos, con una herencia histórica invaluable, sin embargo, cruelmente, buena parte de nuestra población permanece en el círculo de miseria e ignorancia y nunca ha sido visitada por los propagandizados “logros macroeconómicos”, por esos logros que existen solamente en los discursos de ocasión y que muy raramente llegan al común de las personas.
Claro que quiero volver, pero quedarme en el país no es la única forma de sentirme peruano, no son mejores los que se van ni los que se quedan, al final somos simples personas siguiendo nuestros anhelos.
Todos tenemos el legítimo derecho a una vida digna, cada uno lo busca a su modo, y si en nuestro país no lo encontramos no sería criticable intentarlo en otro lugar. Por supuesto que quisiera comer un cebiche con los amigos el fin de semana en el barrio, claro que el pan serrano que me alegró la infancia no se vende donde vivo ahora, ni las papas ni el maíz con todos sus colores, no se encuentran cotidianamente de este otro lado del charco, es cierto que hablar en otro idioma siempre se siente raro, obvio que quiero permanecer al lado de mi familia, de mis amigos, de mucha gente maravillosa que ha conservado su dignidad en medio de una realidad indignante, etc, etc…pero la vida tiene más aristas que hay que considerar en este asunto.
No obstante, cuando recuerdo a tanto político ridículo que juega con los destinos de nuestro país como si el Perú fuera su chacra, la inseguridad ciudadana, nuestra hipócrita sociedad de moralismos pacatos, las colas que tienen que hacer los jubilados en los bancos para recibir pensiones indignantes, los salarios de miseria de mucha gente trabajadora, los pagos que hay que hacer para estudiar aún en las universidades públicas, los parásitos predicadores de todos los matices siendo mejor tratados que nuestros científicos, que nuestros maestros, que nuestros niños, los medios embrutecedores de comunicación reforzando el racismo cotidiano, el miserable sexismo, nuestras ciudades repletas de ruido y contaminación, la exaltación enfermiza de los “vivos”, los “pendejos”, entre otras tantas cosas que andan por mal camino hace tanto tiempo, voy a decirles enfáticamente que no extraño nada de eso, simplemente porque nadie en pleno uso de sus capacidades mentales lo merece, en ningún lugar del mundo.
Personalmente, considero que ser peruano es algo más que quedarse o irse, es algo difícil de definir. Sentirse peruano debería ser algo que nos sirva no para enraizar nuestras taras históricas, sino para congregar nuestros esfuerzos en favor de un país del que pudiéramos sentirnos orgullosos, no solo por la inercia de haber nacido en el Perú, sino por que realmente sentimos que es un país amigable y justo con todos sus ciudadanos.
El amor a nuestras raíces es algo más que un chovinismo doméstico y simplón, no consiste únicamente en la replicación irracional y fragmentaria de tradiciones o rituales considerados “peruanos”, aunque algunos de ellos sean violentos, racistas o enajenantes, es algo más que nostalgias de un terruño que idealizamos constantemente.
Los que estamos fuera también tenemos a nuestro país en nosotros, lo llevamos a donde vamos y, en la medida de lo posible, intentamos adaptar nuestra identidad sin perderla.
Las personas merecen vivir en el lugar donde sus esfuerzos traen frutos, que bueno si algunos lo consiguen en nuestro país, en caso contrario las personas tienen el legítimo derecho a quedarse donde les plazca para conseguirlo.
Finalmente, lo de veras importante sería que todos contribuyéramos a hacer del Perú un país del que nadie quiera irse, un país al que los demás quisieran ir para quedarse.
En ese sentido, tenemos similares responsabilidades. Así, hermano, amigo, compatriota, si algunas vez me preguntas si no pienso volver al Perú tal vez entiendas porque en ciertas ocasiones no sé qué decirte.
Escrito de Robert Bernedo