Yo creo que una no se da cuenta de todo el peso que la sociedad pone en nuestras espaldas hasta que realmente somos conscientes de lo que queremos de esta vida, de cómo queremos verdaderamente vivirla y cuanto estamos dispuestas a renunciar por ella. De por si es obvio que para que una mujer llegar a tener puestos de trabajo iguales a algunos hombres cuesta mayor esfuerzo; más títulos, mas capacitación y más “liderazgo’ (un liderazgo mal entendido por las empresas y la sociedad- lleno a veces de arrogancia).
Yo me considero una persona con cierto liderazgo y hay casos en los que he tenido que sacar toda esa rudeza para poder expresar mis opiniones y ser tomada en cuenta.
Mi sensibilidad ha sido reducida a fragilidad muchas veces no solo por mis colegas hombres sino también por las mujeres que aún piensan de esa forma
(en mi opinión, que no se permiten aún tener esa sabiduría femenina – poseedora de mucho liderazgo también). Mi relato de hoy no será una charla de cómo ser “exitosa”, ni de cuanto estudié, ni a cuanto tuve que renunciar para estar donde estoy.
Mi relato de hoy más bien tiene que ver con la felicidad,
especialmente la mía que es la única que he saboreado y la única que puedo controlar. Los esfuerzos y la constancia son características que seguramente cualquier mujer estudiosa, trabajadora y con ganas de descubrir y trabajar en lo que ama podrá describir con holgura. Yo solo explicaré lo que es la felicidad…. para mí.
Yo me casé joven y muy poco preparada para embarcarme en un compromiso tan grande. Me divorcié muy pronto por muchas razones, pero una de ellas fué porque mi compañero en esa época quería que yo no continuara con mis sueños, los sueños que me habían dirigido en la vida.
–Claro como tú eres bien “hippie”-, me decía en tono de burla (y de manera erróneamente despectiva), cuando le hablaba de nuestros (hasta ese entonces) planes.
Quería que mis sueños cambien, y yo no estaba dispuesta a ello; tenía aún muchas cosas por hacer, muchos lugares por descubrir y mucho conocimiento por adquirir. Debo de reconocer que el conocimiento me encanta y el descubrimiento de cosas nuevas, gente nueva, nuevas culturas es mi debilidad – imagino que por eso escogí ser investigadora-.
La presión por tener hijos vino además muy pronto luego del matrimonio, y yo no quería tener hijos, no en ese momento, cuando aún quería hacer el doctorado, y quizás aún también un par de postdocs. Eso era algo que le resultaba difícil de entender a mi entonces pareja, y yo no estaba dispuesta a tranzar más (parece intransigente pero seguro entenderán que hay pasiones a las cuales no puedes renunciar). Además, habíamos tranzado ya en nombre del amor y de su profesión cerca de 4 años, y yo ya consideraba que era tiempo para que yo también pudiese seguir avanzando.
Pasaron los años y ya luego de divorciarme hice el doctorado, y fui feliz a partir de ahí.
Me tomó tiempo decidir serlo (o podría llamarlo; despertar a la felicidad). Las cosas cambiaron, no porque haya habido algo especial externamente, ni porque había recibido una beca, ni porque estaba en un lugar soñado, sino más bien porque la visión de mi vida y de lo que yo quería de ella cambió.
En un momento de mucha crisis decidí hacer lo que realmente YO quería hacer; y saben que quería? Yo quería estar tranquila, trabajar en lo que amaba y disfrutar de lo que la vida me brindaba. Sabía que el resto vendría con el tiempo.
Para mí la felicidad no era tener hijos, tener una casa y vivir para ellos. Me gustan mucho los niños, pero imaginarán que ser madre nunca fue mi prioridad, nunca sentí el llamado “instinto maternal” y si en algún momento lo creí sentir, rápidamente me daba cuenta que en realidad era algún mecanismo mental para salir de situaciones específicas (ejm; soledad). Menos aún me imaginaba llevar un ser en mi útero (- no, no es vientre- les es muy complicado a los embriones alimentarse ahí). Con la soledad conviví mucho tiempo y logré hacerla compañera, quererla tanto que luego nos costó soltarnos.
Hay gente que dice que la felicidad está hecha de momentos …
Yo creo que la felicidad siempre está ahí, es esa barrera sólida detrás de cada evento y también de cada problema, se hace notoria en momentos apacibles y alegres, pero está solida sosteniéndote cuando los momentos se ponen difíciles.
Para mí la felicidad es más simple de encontrar que aquel cuento de hadas; yo nunca quise ser cenicienta, ni tampoco ser salvada por un príncipe; yo quería solamente vivir, disfrutar de cada instante y sobre todo darme cuenta de que lo que tenía en ese momento era suficiente para sentirme bien y satisfecha de mi misma. Suficiente además porque tenía la suerte de tener todo lo necesario para vivir y sobre todo tener a mi alrededor gente muy valiosa que se tomó el tiempo de conocerme y me reconocía tal como era y no como imaginaban que yo era.
Durante el doctorado aprendí mucho de mí. Logré amarme tal como era, y entender que la vida fluye, dá vueltas y que lo más importante es amarSE. Me despojé de muchas taras (con las cuales aún peleo a veces), pero también las aprecié como parte mí, como una característica que me sirvió en la vida para algo, para avanzar, para alejarme, y también para decidir quedarme.
Para mí, la felicidad es así. Es ver la lluvia que cae, es escuchar la sonrisa traviesa de mi madre, es verme a través de los ojos de mi compañero, es escuchar el piano en manos de mi padre.
Quedaron atrás mis aspiraciones de ser perfecta. Perfecta para quién y cómo? Perfecta de acuerdo a lo que la sociedad te dice que seas. Resulta muy agotador y trae mucha desdicha vivir de acuerdo a lo que esperan de ti; porque además esta varía de acuerdo al género (aunque las mujeres salimos perdiendo más) y de acuerdo a la edad. Cuantas veces me han mirado con lástima cuando he ido al cine sola, o a tomarme una cerveza sola a un bar. Si, dá risa, pero pareciera que la sociedad no logra entender que una mujer es feliz también estando sola, que no necesita a alguien (ni pareja ni descendencia) que la complemente o que le alegre el día, porque ella puede alegrársela (y arreglárselas) sola.
Pareciera que tampoco entiende que no es egoísmo cuando nos amamos a nosotras mismas. Más bien es una herramienta clave para poder amar al resto con libertad. Con esa libertad que te aligera y permite relacionarte con el mundo de una forma más amable y menos rígida.
Una libertad que seguramente nos dará miedo (aunque más al resto) pero que nos permite equivocarnos y aprender, elegir como vivir, elegir como pensar, y elegir transparentemente con que soñar. Soñar libremente para poder volar y transformarnos. Y amarnos para poder ser felices como se nos dé la gana.
Amanda
Amanda es bióloga de la reproducción y trabaja como investigadora postdoctoral en el zoológico de Toronto (Canadá). Es científica y además budista zen desde hace algunos años. Es complicada, instintiva, feminista y feliz. Le gusta mucho reír, sobre todo de sí misma. Últimamente ha encontrado gran satisfacción escribiendo textos no científicos. Le gusta dar paseos en bicicleta y a pie – cuando el clima se lo permite-. Entre sus múltiples aficiones; la de viajar es la que más ama y de la que más considera haber aprendido. Amanda es también una mentora en el programa de mentorías profesionales de Ekpapalek (http://www.ekpapalek.com/programa-mentorias) y ha sido recientemente seleccionada como una mujer influyente en Ekpapalek Mujeres. Muchísimas gracias a la Bióloga Amanda Cordova por colaborar con el blog de Ekpapalek!
Agradecimiento a Amanda Cordova por donar sus bellas fotografías para que acompañen el presente artículo.