Soy Médico.
Hace 7 años cuando me encontraba en el último año de la Carrera de Medicina, tiempo en el cual me correspondía hacer prácticas en diferentes servicios y hospitales, fui en varias ocasiones tratada sin consideración alguna. No importaba si había dormido 2 horas, 3 horas o no había dormido nada; no interesaba sino había desayunado ni almorzado, no interesaba si me sentía frustrada emocionalmente por un caso clínico, no. Lo que importaba era atender a los pacientes y casos que se me habían asignado, asegurarme que el plan de procedimientos se realice en el tiempo planeado, y que el paciente sea dado de alta con su enfermedad resuelta.
Pese a encontrarnos en pleno siglo 21 fui muchas veces “disminuida” por mi condición de mujer, “la interna de medicina no tiene fuerza para movilizar pacientes”, “la interna de medicina se cansa más rápido que el interno”, “a la interna le ponen notas más altas porque es mujer”, o “a la interna la tratan mejor porque es bonita (y solo por eso)”. La verdad fui siempre capaz de pasar de largo estas frases y otras actitudes. En un 80% de los casos estas acciones provenían de varones pero el 20% restante venia de otras mujeres, y es con ese 20% con el que me sentía realmente agobiada: ¿Por qué una mujer debe ponerse en contra de otra?, era la pregunta que siempre me hice.
A los 6 meses de haber empezado mi último año de carrera, sufría fuertes dolores de espalda baja, con adormecimiento de piernas y en algunas ocasiones el dolor era tan intenso que no podía incorporarme del todo y caminaba con el torso flexionado. Entonces me realizaron una resonancia magnética y me encontraron 3 hernias discales en la zona lumbar, inicie un tratamiento más agresivo para el dolor pero aun así había días en los que mi actividad física jugaba en contra y el dolor no parecía entender de tratamientos analgésicos.
Cuando me encontraba en la rotación de Gineco Obstetricia, una de mis rotaciones favoritas, en uno de mis turnos, el medico asistente me permitió realizar una cesárea, fui el “cirujano principal” y asistida por la residente de 3er año. Había esperado tanto ese momento! Había leído mucho, siempre contestaba las rondas de preguntas hechas por asistentes y residentes, conocía de memoria los casos de todos mis pacientes y a pesar de que me podía doler la espalda, nunca dejaba de ir a un solo día de trabajo. Seguí a la paciente a la cual “yo” había cesareado y me sentí excesivamente feliz de saber que se fue de alta en el tiempo estimado y con una evolución excelente. Ese día mi residente de 3er año, Anita, me invito un café para celebrar el procedimiento y me felicitó por mi temple y precisión. Ahora, recordándolo, creo que fue uno de los días más felices de mi vida.
Dos días después de este día feliz, tuve un turno de 24 horas. Si, los internos hacemos turnos de hasta de 36 horas. Al término del turno estaba tan adolorida que me era imposible estar de pie, estando sentada sentía una gran presión y dolor en la zona lumbar, y se me adormecían terriblemente las nalgas y los muslos. Eran mis hernias discales, y se presentaban aquel día con fuerza y sin clemencia. El co-interno que rotaba conmigo me inyectó un analgésico; pero aun así el dolor persistía, y pues claro, no podía descansar ya que debía seguir monitoreando a mis pacientes gestantes.
Es en ese momento cuando llego la residente de 2do año, a quien llamaré Lucy.
Lucy me exigió ingresar a sala de operaciones con una paciente, en calidad de ayudante (lo cual implicaba permanecer de pie de 50 minutos a 1hora y media). Yo le manifesté que me sentía terriblemente mal y apenas podía tolerar estar de pie; al instante mi compañero de rotación se ofreció en mi lugar diciendo: “Ingresaré yo doctora Lucy, Enma esta muy mal, ya le puse un analgésico y aun así no mejora”. A lo cual Lucy respondió con un rotundo: NO, he dicho que ella ingrese y ella ingresará. Entonces con mucho respeto (y miedo) le dije: ”Lucy, discúlpame pero tengo hernias en la columna, nunca me quejo pero hoy es insoportable, por favor me quedare aquí monitorizando gestantes, permite que me reemplacen solo por esta vez”.
Lucy se enervo, se puso toda roja y hasta sufrió una transformación corporal que la hizo lucir 3 veces más alta de lo que era y alzando la voz, frente a pacientes y enfermeras, me dijo:
“HE DICHO QUE ENTRAS TÚ Y ENTRAS TÚ! CUANDO INGRESASTE A LA CESÁREA EL OTRO DIA NO TE DOLIA NADA Y AHORA ME VAS A MENTIR QUE TE DUELE ALGO? ES CLARO QUE SOLO QUIERES PARTICIPAR EN LOS PROCEDIMIENTOS QUE TE CONVENGAN Y NO A LO QUE SE TE MANDA! QUEDATE AQUÍ ENTONCES Y VOY A REPORTARLE AL JEFE QUE PARA MI ESTAS JALADA EN ESTA ROTACION!”
y dejándome sola se retiró con pasos fuertes y molestos.
Lloré.
Se me salieron las lágrimas en silencio y me escondí en el baño porque no quería que enfermeras y pacientes me vieran así. Nunca nadie me había dicho mentirosa, falsa, convenida e irresponsable en una frase y de esa manera hiriente, peor aún delante de otros profesionales. Ella era medico como yo, ¿Cómo no podía entender que el dolor por mis hernias podía ir y venir teniendo relación a mi actividad física? ¿Cómo podía disminuir mi esfuerzo llamándome convenida y diciendo que reprobaría la rotación? Lloré a escondida en el baño y juro que en ese momento pensaba salir de ahí y correr para a asistir a la cesárea que Lucy exigía, solo para no darle la razón con las cosas que me dijo, pero no podía, me dolía mucho la espalda y más aun el orgullo.
Recuerdo que ese día fui consolada por mi amiga Ana y por mi compañero de rotación. Ellos me dijeron que yo no era nada de lo que Lucy había dicho y que acusarían a Lucy con el jefe del piso por maltrato. Yo no quise que la acusaran de nada, yo solo quería que ese dia terminara pronto.
Nunca confronté a la Dra. Lucy por lo que me dijo ese día, nunca le conté a nadie más, pero las enfermeras que presenciaron ese acto le contaron, sin que yo supiera, al médico jefe del servicio.
El jefe de servicio en una reunión del equipo, en el momento que yo menos lo esperaba, nos dijo a todos:
Hay internas que tienen no solo más temple y fortaleza, sino también más valor que algunos residentes de años superiores. Porque no es de valientes disminuir el esfuerzo ajeno, pero si es valiente no acusar los actos incorrectos porque creen que pueden superarlos solas. Espero que nunca más tenga que oír que se han faltado el respeto entre ustedes, porque el que jala o desaprueba alumnos aquí soy yo, y estoy dispuesto a desaprobar a residentes irrespetuosas más que a internas enfermas.
Recuerdo que todos me miraron y sentí vergüenza, vergüenza de ser defendida en público y vergüenza de sentir que había “acusado” a otra mujer cuando yo no quería hacer eso.
Hoy comprendo que no es cuestión de acusar o no acusar, denunciar o no denunciar, es cuestión de RESPETO. Si siento que se excede el límite del respeto, debo hablar, nunca quedar en silencio porque el silencio es complicidad en la perpetuación del abusador y nadie puede ser cómplice de eso.
Si en ese entonces hubiera sido Enma, la de hoy en día, me habría puesto en pie y hubiera respondido que mi condición física no merma mi capacidad ni mi inteligencia, que todos podemos tener una limitación física, pasajera o permanente, y no por ello ser juzgados con la disminución de nuestras virtudes.
Hoy me gustaría encontrarme con esa Enma asustada, adolorida y llorando en el baño y decirle: TU NO TIENES PORQUE AGUANTAR NI CALLAR ESTO, TU NO ERES LA VÍCTIMA DE LA HISTORIA SINO LA ESCRITORA DE ESTA!
Hoy me gustaría que al leerme, sepas que no debes sentir miedo o vergüenza por acusar a un abusador, porque el acto vergonzoso o cobarde lo realizan ellos, ellos deben ser y deberían ser los avergonzados personal y publicamente por sus actos, ellos deberían ser los «parias» y ellos deberían correr «a esconderse en el baño», TU NO DEBERÍAS HACER ESO. Tú, debes tener la valentía y coraje de denunciarlo siempre, porque la perpetuación del maltrato se logra «dejando pasar» sobre una misma, una y más veces, cada falta de respeto y falta a nuestra dignidad; hasta que te toca (o le toca a otra) el maltrato más fuerte, producto de un maltratador acostumbrado a victimizar.
Nunca calles.