¡Combinado, por favor!

Hace algunos años, siendo más joven, sin empleo, en una ciudad de los andes peruanos llamada Ayacucho, solía ir algunas veces a comer en el mercado local. Los lugareños menos pobres, solían llamar ese lugar «el agachado», porque se suponía que las personas «de bien» que tenían un salario iban a los restaurantes de la ciudad a comer los mismos platos. Mientras tanto, aquellos que comíamos en el mercado popular agachábamos la cabeza cuando algún amigo o conocido nos reconocía comiendo en ese lugar, como si estuviéramos avergonzados de no tener dinero o de comer pagando menos por esos alimentos, por cierto bien sabrosos. La comida siempre estaba caliente y para no arrepentirme por escoger solo un plato solía pedir «combinado, por favor», que era una mezcla bastante multicolor que siempre me dejaba satisfecho y, consecuentemente, feliz. Esos puestos de comida del mercado solían congregar personas representativas de la sociedad local: (sub) empleados, estudiantes, borrachos, albañiles, desempleados y gente de los más diversos orígenes y ocupaciones, todos reunidos en la comunión de la carne (de cuestionable procedencia pero sabrosa) y del espíritu (el estómago). Todos los comensales, cabizbajos o no, conviviendo en la más espontánea armonía, coexistiendo pacífica y fraternalmente por algunos minutos de alegría. 

Estos recuerdos me acompañan cada vez que pienso en las vueltas que fue dando mi vida, esas travesías por otros territorios donde muchas veces también conseguí ser feliz. 

¿En qué se relacionan estos recuerdos con mi vida posterior? Simple, la adaptación a nuestro entorno mostrando empatía y respeto a los demás es siempre un desafío posible.

A esta altura de mi vida me da mucho orgullo tener un grupo de amigos increíblemente diverso, amigos verdaderos que me ayudan a crecer aún cuando solo me cuentan una broma para enfrentar con humor el tedio cotidiano o simplemente me escuchan aunque divergen de mis actitudes o comentarios. En varios países he conseguido cultivar, no sin esfuerzo, amistad sincera y constructiva con personas que no necesariamente son como yo, con muchos de ellos aún tengo «serias» (nunca insalvables) divergencias culinarias, políticas, religiosas o de cualquier matiz; no obstante, nos une el respeto recíproco que sentimos como seres humanos. Créanme, hay amigos que son familia por mérito propio.

Lamentablemente crecemos reforzando ciertos estereotipos, alimentados por la ignorancia, los cuáles nos han llenado la cabeza de mierda (literalmente), ciertas ideas que hemos normalizado socialmente como inofensivas pero que tienen evidente fondo racista, fóbico (en todas sus variantes) y sobre todo intolerante.

Solemos ofendernos con las diferencias, con la diversidad, cuando deberíamos alegrarnos porque desde cualquier perspectiva racional mezclarse es una ventaja adaptativa. No, querid@s compatriotas, nuestra comida no es la única sabrosa en el mundo, nuestra hospitalidad también la practican otros grupos humanos en los lugares más recónditos de este planeta, no somos los únicos que expresan creatividad ante las adversidades, así como no somos los únicos que quieren lo mejor para su familia o la sociedad. Apenas somos un país que aún no aprendió a aceptarse más allá de sus divergencias para disfrutar ese mosaico fantástico de vida y desafíos comunes que somos nosotros.  

Cuando salí por primera vez del Perú comencé a extrañar los sabores y ambientes con los que crecí, pero una vez que conseguí repensar, desaprender y desandar mis apegos culturales y limitaciones sociales fui capaz de sentirme nuevamente feliz con otros sabores, sonidos y grupos humanos.

Fue entonces que descubrí algo tan obvio como que no somos los únicos que queremos comer bien y progresar, sino que cada grupo social tiene un sinnúmero de cosas buenas que ofrecer si los aceptamos con genuino respeto y empatía. No importa si se trata de comida, política, religión, ciencia o cualquier otra manifestación social, lo importante es que detrás de todo eso existen seres humanos que respiran, aman y mueren persiguiendo sus sueños. He tenido la suerte de que mi vida está siendo constantemente colonizada por gente extremamente diversa, no solo en su procedencia geográfica, sino en su maravillosa naturaleza humana, a ellos me unen lazos verdaderos que hoy intento cuidar con esmero, con la paciencia de un jardinero para que puedan dar frutos y flores. 

¡Qué maravillosa fuente de conocimiento, inspiración y alegría son las personas!, pero si nos encerramos en la creencia ridícula de que solamente lo «nuestro» es importante perderemos el contacto con ese jardín de gente que nos enseñará, día tras día, de forma simple, que el racismo es una porquería (eso mismo), que las fobias sociales son una peligrosa aberración del intelecto, que no debemos ser tolerantes con la intolerancia (la célebre paradoja de la tolerancia). 

Únicamente si nos aventuramos más allá de la falsa seguridad que representa estar rodeados sólo por lo que nos es familiar conseguiremos entender mejor nuestro mundo. Es necesario vencer las barreras del idioma, edad o posturas políticas, intelectuales, sociales o étnicas para no sucumbir a nuestros localismos empobrecedores.

El mundo espera por nosotros y todo lo que hagamos para mejorarlo será benéfico para nuestro país también. Quedarnos en un solo lugar no nos permitirá tener diferentes perspectivas de nuestros propios problemas como nación y cuando hablo de salir de nuestros lugares no digo solamente salir de nuestro país, me refiero también a movernos de nuestras ciudades, de nuestras casas, para mezclarnos con gente diferente, para poder expandir nuestra aceptación de las divergencias, para aprender a respetar a todos, no solo a los que se parecen a nosotros o hacen lo que solemos hacer nosotros mismos. De esas personas aprenderemos sin complicaciones que el esfuerzo cooperativo puede más que el gris deseo individual de éxito.

Estamos en el mismo barco, nuestra nave es este planeta peculiar, pletórico de vida y horror. Va siendo tiempo de aceptarnos como una empática tripulación que pretende evitar el hundimiento de nuestra casa en el mar de nuestros egoísmos, de nuestros hábitos más mezquinos. 

Ahora los dejo, qué ya me dio hambre recordar sabores, pero, en todo caso el pedido continúa siendo válido para otras facetas de mi vida: Combinado, por favor! 

Escrito por el Postdoctorado Peruano en el Laboratorio de Ciencias Ambientales y de la Vida en la Universidad de Nova Gorica de Eslovenia, Robert Bernedo

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